Contaba los enemigos por docenas
¿Quién tenía interés en suprimir a Serge Rubinstein del mundo de los vivos? Docenas y docenas de personas. Poderosos motivos hubieran armado muchos brazos para ultimar al aventurero millonario Stanley P. Stanley, el más cercano asociado de Rubinstein, nombró antes los investigadores a diez hombres de negocios, cualquiera de los cuales podía haber pagado con gusto un asesino para le librase del intrigante financiero.
Enre los primeros sospechosos se incluyeron a Estelle Gardness una amiga íntima que era la última persona que le había visto con vida y los criados de la mansión de la Quinta Avenida. Cinco personas además de Serge, habían dormido esa noche en la casa. Stella una madre de setenta y ocho años de edad; Genia Forrestier, su tía, de ochenta y dos años de edad; Katherine Petko, la cocinera Isabella Hughes, una criada de manos, y Ellen Fenke, camarera de la anciana Rubinstein por espacio de veinticinco años. Todas estas personas gozaban de la absoluta confianza del difunto. Los primeros en entrar a la casa, esa mañana, fueron el mayordomo, William Morten y el criado, Jim Morse. Este último fue el que más atribulado se mostró entre los miembros del personal doméstico. Ante la realidad de la muerte de Rubinstein, porque su amo le favorecía continuamente con regalos. Sin embargo, al abrirse el testamento del millonario se comprobó que le había otorgado 10,000 dólares a Morter, el mayordomo, pasando por alto a Morse y el resto del personal.
La última persona que lo vio con vida
Estelle Gardner, la bella modelo con quien había pasado Rubinstein las últimas horas de su vida al ser interrogada declaró que había estado hasta la una de la mañana con Serge en el night club “Nino’s Le Rue”, en la calle 58, tomando a esa hora un taxi, en compañía de su galán y trasladándose a la residencia de éste. (Un chofer de alquiler confirmó más tarde esta aseveración, declarando que él condujo a la pareja hasta la dirección de la Quinta Avenida, a la una de la mañana) Continuando su declaración, Estelle afirmó que había estado junto con Serge hasta la una y treinta antes meridiano, en la planta baja tomándose un último trago y abandonando a esa hora la casa. Serge, según ella, la acompañó hasta la acera y permaneció allí hasta que la vio abordar el taxi que la llevó hasta su hogar, en el número 338 al este de la calle 15. Días más tarde, se presentó a la policía el chofer Ernest La Médica, confirmando que había llevado en su carro a Estelle y Serge desde la calle58 hasta la Quinta Avenida. El chofer que guiaba el taxi en que afirma Estelle que se trasladó finalmente a su casa, no ha aparecido aún, haciendo que los movimientos de la “favorita” de Rubinstein en la última noche de su vida estén envueltos en una neblina sospechosa, desde el momento de su llegada al palacete de la Quinta Avenida, la madrugada del jueves 7, en compañía de Serge.
La madre de Rubinstein oyó voces masculinas
Por otra parte, la madre de la víctima, en una charla informal sostenida con personas amigas en la funeraria donde se hallaba expuesto el cadáver del millonario en un costoso ataúd de cobre, valuado en 6,300 dólares, afirmó que al regresar a la casa, después de una función de ópera, alrededor de la medianoche, comprobó que estaba apagada la luz de uno de los ascensores del edificio de seis pisos, que era el que se usaba comúnmente a esa avanzada hora, lo que le hizo suponer que Serge se hallaba en la casa.
La anciana Rubinstein, que es algo sorda, continuó diciendo que a esa hora había dio a su alcoba, en el cuarto piso, desvistiéndose y poniéndose a leer un diario.
– Alrededor de la una de la madrugada –agregó- sentí el ruido de un portazo procedente del estudio de Serge. Escuché varias voces masculinas. Parecían mezcladas en una fuerte discusión.
La muchacha del abrigo
carmelita
La versión de la señora Rubinstein, que se contradice con la de Estelle Gardner, ha sido discutida minuciosamente por los investigadores, y éstos se inclinan a pensar que, debido a su avanzada edad, la dama ha sido víctima de confusiones. Tanto ella como su hermana, Genia, habían declarado que en horas de la madrugada vieron en la casa una muchacha cubierta con un abrigo carmelita. Genia declaró que la muchacha la había despertado al encender la luz de la habitación en que ella dormía, en el quinto piso. Stella, la madre, informó asimismo, que le había pasado otro tanto, y que, al asomarse a la escalera, percibió a la joven del abrigo introduciéndose en la alcoba de Serge. Un chequeo posterior estableció que no había existido ninguna misteriosa “joven del abrigo”, sino que el mayordomo Morter, usando un abrigo de ese color había despertado a amabas ancianas a las ocho y minutos de la mañana para darles la terrible noticia del asesinato de su familiar. El estado excitación en que se hallaban ambas, les había hecho confundir horas y personas.
Obra de un asesino a sueldo
Edgard J. Ennis, abogado de Rubinstein, así como Stanley P. Stanley, su más cercano asociado, aseguran que el cimine ha sido la obra de un asesino a sueldo.
Con excepción de Estelle Gardner, su última compañera, el resto de las muchachas que frecuentaban la última amistad de Rubinstein, han podio establecer coartadas que las libran de sospechas, momentáneamente. Entre ellas, la preferida, como tods los enterados han convenido en afirmar, era Betty Reed, soprano-colatura que durante varios años compartió la amistad del millonario y a quien el mismo legó 10,000 dólares en su testamento. Fueron interrogadas, igualmente, Pat Wray, secretaria en una de las oficinas de Rubinstein, que salía frecuentemente con él; Dorotea MacCarthy, una escultural modelo que había sido vista recientemente con Serge; Patricia Sinnott, bella pelirroja a quien había conocido Rubinstein en el baile del Año Nuevo Ruso, el 11 de enero, y con quien ha simpatizado profundamente la madre de la víctima. Patricia fue la única amiga de Serge que asistió al funeral. También interrogaron los detectives a Doris Stratton, una trigueña treintota que acudió llorosa a la estación de policía. Su nombre figuraba en uno de los libros de direcciones de Rubinstein. Y Bárbara Taylor-Cook, otra belleza amiga del acaudalado ruso, que había asistido en su compañía a una fiesta el sábado anterior a la fecha en que éste fue asesinado.
Un grave incidente
en agosto
En agosto 18 del pasado año, mientras Serge Rubinstein paseaba por el Parque Cenral, en las inmediaciones de su domicilio, un desconocido se le aproximó descargándole sorpresivamente un recio puñetazo en el rostro y dándose a la fuga, sin que el agredido pudiera alcanzarlo. Una semana después, en agosto 26, Rubinstein denunció a la policía que un hombre llamado Emmanuel Lester, de treinta y un años de edad, que había estado conectado con un negocio ilícito para el conrabando de licores y robo de autos, había tratado de extorsionarlo, exigiéndole la suema de 55,000 dólares. Al ser arrestado, Lester declaró que él tenía presentada una demanda de 750,000 dólares contra el financista ruso, acusándolo de haberse apropiado de dinero en una transacción comercial entre ambos.
Desde entonces, en más de una ocasión se reportó que manos desconocidas habían lanzado piedras contra las ventanas del palacio de Rubinstein. En dos de ellas, haían sido atadas notas amenazadoras, “Pagarás tus deudas” – sentenciaba una.
Amigos allegados a Rubinstein le recomendaron que pidiera protección a la policía o contratara los servicios de un guardaespaldas. La anciana madre de la víctima afirma que en una oportunidad su hijo le expresó que él era demasiado hombre para usar guardaespaldas. Se ha comentado que durante cierto tiempo la policía brindó una vigilancia especial al millonario amenazado.
Lester, que cumplió un corto término en Sing Sing y se halla actualmente en California, en libertad bajo fianza, se presentó inmediatamente a la policía de su demarcación. “No tengo nada que ver con este asunto” – declaró. Y agregó, fieramente: “Ese tipo merecía el castigo”.
Otro sospechoso, Lee Brooks, que tiene además una serie de “alias”, ha sido interrogado por la policía.
Se sabe que existía una gran animosidad entre él y Serge, a raíz de un negocio emprendido por ambos en el Canadá, en el cual, según Brooks, el ruso “le había dado la mala”. En 1945, Brocas se vio envuelto también en otro crimen, aun no resuelto, muy similar al de Rubinstein. Fue el de Albert E. Langford, ejecutivo de uan firma textilera, que apareció con una balazo en la cabeza en una habitación del “Hotel Marguery”, de Nueva York.
Un caso similar ocurrido
treinta y cinco años atrás
Hurgando en los anales policíacos, se ha traído a colación el asesinato de un fabuloso jugador, Joseph B. Elwell, hallado por su criada, a las ocho y treinta y cinco de la mañana del 11 de junio de 1920, casi treinta y cinco años atrás, en su alcoba, en la casa del número 244 al oeste de la calle 70, en Maniatan. Como en el caso Rubinstein, Elwell estaba vinculado a numerosas mujeres. Junto a su cadáver, que vestía pijama se halló u kimono femenino, así como unas zapatillas de mujer. El cheque de sus amigas íntimas no arrojó ninguna pista. Y el caso continúa abierto, señalando la conseja popular, desde entonces, que Elwell fue víctima de un marido celoso.
Volviendo al “affaire” Rubinstein, se ha sabido que Lee Brooks, uno de los sospechosos potenciales, declaró a la policía que tenía una demanda de cinco millones de dólares establecida contra Rubinstein y, tratando de probar que era ajeno al crimen, agregó que a él le interesaba más “cobrarlo a un Rubinstein vivo que echarse encima la preocupación de un Rubinstein muerto”.
Un muro de
impenetrable misterio
El comisionado de Policía de la ciudad de Nueva York, Francis Adams, ha estado dirigiendo peronalmente las investigaciones, auxiliado por Nelson, jefe de detectives. Centenares de personas ha sido interrogadas en el curso de dos semanas, sin que ninguna de ellas aportara nueva luz en el caso. Aunque la cartera de Rubinstein con varios centenares de dólares desapareció de su habitación, y las gavetas de su cómoda estaban abiertas y mostraban huellas de saqueo, los investigadores convienen en que no fue el robo el móvil del crimen, sino que se trató de darle la apariencia de tal al hecho, para desviar las pesquisas. Los asesinos no dejaron tras si marcas digitales ni otras evidencias que pudieran contribuir a su captura.
¿Darán con las respuestas?
Están pendientes aún las respuestas para las siguientes preguntas, que encierran la clave del crimen: ¿Abandonó Estella Gardner la mansión de Rubinstein a las una y treinta de la madrugada trágica para dirigirse a su domicilio particular? ¿Se presentará el chofer de alquiler que, según ella, la llevó en su taxi hasta su casa? ¿Será cierto que en la madrugada del crimen varios hombres discutían en el estudio del millonario, despertando el ruido de sus voces a la madre de Rubinstein, una anciana medio sorda? ¿Qué hay de realiad en la versión de la “joven del abrigo carmelita” ue recorría las alcobas del palacete de la Quinta Avenida aquella noche? ¡Aprovecharon el asesino o asesinos el momento en que Rubinstein despedía en la acera a Estella Gardner para introducirse en la casa, esconderse hasta que el millonario dormía y estrangularle entonces? ¿aprovecharon que Rubinstein había olvidado cerrar las puertas, como ocurrió en más de una ocasión ¿O tenían en su poder las llaves de las cerraduras que eran cambiadas a corto plazo?
Testamento de un excéntrico
Misteriosa, como su via, ha sido la muerte de Serge Rubinstein, el millonario de cuarenta y seis años, estrangulado la madrugada del jueves 27 de enero en su residencia de Nueva York. Su excentricidad póstuma ha consistido en legarle la mayor parte de una fortuna de casi diez millones de dólares a sus dos hijas, para que entren en posesión de ella ¡después de cumplir los cincuenta años de edad! Mientras tanto las niñas recibirán 500 dólares mensuales cada una. El legado para la madre de Rubinstein, señala una pensión vitalicia de mil dólares mensuales para la anciana.
Un amante celoso
Para fortalecer el aspecto pasional del crimen insoluble, los pesquisantes señalan al hecho de que Rubinstein, a pesar de ser tan mujeriego, era extremadamente celso con cada una de sus amigas íntimas, habiéndose dado el caso de que a Pat Wray la sometiera a una vigilancia especial, llegando al extremo de colocar un micrófono en el lecho de la misma para tratar de sorprender sus conversaciones privadas. En una ocasión, Serge le hizo escuchar a Pat una grabación que había hecho de una charla entre la bella secretaria y otra persona desconocida. El millonario tenía instalado el equipo grabador en un automóvil, en el exterior de la casa de su amiga, conectado con el micrófono oculto en la cama de ésta.
¿Affaire internacional?
Los que han tratado de insinuar el aspecto político en las especulaciones sobre el crimen, afirman que Rubinstein había sido comisionado por el Kremlin para realizar una operación financiera de alta envergadura, la cual había despertado resentimientos en ciertos sectores norteamericanos. Para desvirtuar esta versión, se ha esgrimido la realidad del odio que separaba a Serge de los bolchevique que persiguieron a su familia, obligándoles a abandonar el suelo natal.
La autopsia moral de Serge
El rabino Julios Mark, oficiando en representación del templo a que asistía la madre de Serge Rubinstein, cuyo ateismo era bien conocido, tuvo a su cargo la oración fúnebre en la capilla donde reposaban los despojos del difunto hombre de negocios.
– La palabra “paradoja”, expresó- describe mejor que nada el extraño complejo, la ambigua e incuestionable personalidad psicopática de Serge Rubinstein. Poseía él una brillante mentalidad, pero acusaba asimismo, una evidente falta de sabiduría. Tenía genio para adquirir una fortuna, pero nunca aprendió que el dinero es tan buen siervo como terrible amo. Quiso amigos y nunca los tuvo, porque nunca comprendió que para tener amigos hay que estar dispuesto a serlo.
“Quiso amor, pero nunca supo que el amor hay que ganarlo, no comprarlo. Declaró una vez que los Estados Unidos eran el mejor de todos los países, y, sin embargo, se negó a tomar las armas para defender a su patria por adopción”.
Ahí, en esos breves párrafos de la oración del rabino Mark, están encerradas la síntesis histórica y la autopsia moral de Serge Rubinstein, que en el frío encierro de su tumba del cementerio de Woodland, en el Bronx, estará echando de menos el calor de afecto que sus muchos millones, mal habidos, nunca pudieron comprarle.
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