Monseñor Jenaro Suárez Muñiz
Los relatos de El Padre Jenaro, de 1965
(Iv de XXI)
El Alcalde de la ciudad, hombre caballeroso, conocedor de las intrigas, el Dr. D. Armando Carnot y Veulens, conocido con el magnífico alias de «El Médico de los pobres», me llamó a la Alcaldía para investigar cuál era el «demasiado uso y abuso de las campanas».
Le respondí que se tocaba como de costumbre unos minutos antes de los cultos; a las 12 y 3 de la tarde, y cada vez que había incendio, pues la Catedral era estación oficial para alarmas de incendio.
El Sr. Alcalde, después de mostrarme las firmas de los recurrentes me dijo que informara por escrito para llenar la fórmula y, a poder ser, acompañara otro escrito con firmas de vecinos, afirmando que las campanas no molestaban a nadie.
Ni tardo ni perezoso recorrí los comercios cuyos dueños o gerentes habían firmado la protesta, sin saber de qué se trataba, pero todos estuvieron de acuerdo en que habían sido sorprendidos por un Hno. tres puntos, a quien me dirigí con la siguiente soflama: «Señor mío, cuando usted y los comerciantes esos que firmaron sin saber lo que hacían, nacieron, o se instalaron en este barrio, hacía ya más de doscientos años que esas campanas se alegraban con el nacimiento de los matanceros o lloraban con los matanceros que lloraban a sus muertos sin que nadie protestase, de modo que es a usted a quien compete mudarse».
No obstante, conseguí del inolvidable Dr. D. Juan F. Tamargo, dueño de su acreditada clínica aledaña a la Catedral, que declarara por escrito que en la clínica, no obstante estar cerca de la torre campanario, no molestaban las campanas en lo absoluto.
La circunstancia indicada, y mis luchas con la masonería y el espiritismo, dio lugar a la creación de «El Boletin Eucarístico de Matanzas», órgano de la Santa Iglesia Catedral y sus Congregaciones. La pupila de mis ojos. Esta hoja parroquial, cuyo nombre, al decir jocoso y acertado del Excmo. Sr. D. Alberto Martín y Villaverde, que fue Obispo bienamado de esta Diócesis, más bien debió llamarse «Palenque Parroquial», ya que era más combativo que Eucarístico. Razón que le sobraba al inolvidable amigo, discípulo y prelado, si no fuera que, por veneración al P. Capetillo, que tiraba una hoja suelta, especie de programa, para la Asociación Eucarística, por él fundada, y que aparecía de vez en cuando, quise perpetuarlo en mi hoja; que bien sabía yo que no iba a ser tan eucarística, aunque sí tuvo mucho de Eucarístico. como puede verse en los Ecos Del Sagrario, sección fija que, en decir de una religiosa que hoy está desterrada, habían provocado más de una conversión y acercamiento al Señor Bondadoso que vive de continuo entre las módicas paredes del Tabernáculo, pero goza, siquiera por un momento, cuando ve a Pedro desenvainando la espada para cortar orejas a orejudos y blasfemos.
El Boletin, vocero de la verdad, desenmascaró desde sus páginas, que, a pesar de todo, mereció Diploma De Honor, de la Asociación de la Prensa, firmado por los Sres. Moreno, Ollacarrizqueta y Américo Alvarado, a todos los enmascarados que, a título de hombres buenos, atacaron la unidad del Matrimonio, proclamaron la escuela laica, impugnaron las prácticas públicas de la Religión; en pantomimas ridículas simularon ceremonias fúnebres y matrimonios, aseveraron mil veces que no eran religión y mona de la Iglesia, remendaron sus cultos y tuvieron el tupe de afirmar que se podía ser todo eso y católico.
¡¡¡Uuum! Dio lugar a que más de una vez los ministros protestantes, acosados por las verborreicas peroratas de un Gálvez Otero, que negaba públicamente la Inspiración de la Sagrada Escritura, se reunieran en mi despacho para acordar la manera de salir al encuentro al charlatán, que tuvo la osadía de retar a los «ensotanados de confesionario» para que le rebatiesen la tesis.
Por cierto que es digno de notarse un episodio curioso. Peroraba, como decía, el Gálvez Otero «montado en sus corceles», que eran la oratoria, y trajo a colación la parábola del rico epulón en el infierno para demostrar que los muertos hablan.
Salió al encuentro un Sr. Ripoll, profesor de la Escuela Normal, y el bárbaro le contestó desdeñosamente «que él no quería cuenta con los asalariados …» Vivía entonces en la Catedral, acogido a mi amistad un Sr. Marcial Rosell, hombre erudito y de una memoria colosal, el cual me sirvió a mí para ponerme al tanto de las predicaciones de protestantes y espiritistas, que por entonces se destaparon en conferencias y cultos extras. Puesto de acuerdo conmigo, reunió una claque de muchachos, que en el paraíso del antiguo Teatro Velasco, ante la caballerosa insinuación del Sr. Ripoll, que pedía se leyera íntegra la parábola, como se negara el Gálvez Otero, a quien nombró con los dos apellidos porque había entonces en Matanzas un Ministro Evangélico, persona caballerosa y de buena fe de apellido Gálvez; Marcial con su claque comenzó a vociferar ¡¡¡Que se lea, que se lea!!! y así terminó la tournee del comisario de Rosendo Matienso Cintrón, predicador «espírita» portorriqueño, que pasó después de su fallecimiento en olor de profeta del más allá con el remoquete de El Espíritu de Rosendo, que algo dio que hacer en Matanzas por esa época.
Otro fue que un sacerdote apóstata, dio conferencias en la iglesia prebisteriana y tronaba contra la Presencia Real, porque: “¿Cómo iban a estar solos los accidentes sin su sustancia?” Marcial, con permiso para asistir, llevaba mi encargo de preguntarle qué opinión filosófica sostenía sobre los accidentes y la sustancia.
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(Continúa la próxima semana)
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