Por Andrés Iduarte (1953)
Martí, padre de la independencia cubana, nació el 28 de enero de 1853, exactamente un siglo después que Hidalgo. De manera que en dos tierras hermanas: México y Cuba se celebren ambos natalicios. Lo que no impide, ni estorba, sino facilita y propicia que México honre, junto a nuestro Hidalgo, al prócer cubano; y que Cuba haga otro tanto con el mexicano al lado de su Martí.
En la coincidencia puede encontrarse algo más: un signo. El joven libertador de Cuba, por haber muerto joven nadie le antepone el DON, viene en línea directa de don Miguel. Martí ve a la independencia cubana como “la última estrofa del poema de 1810”; y habla de Hidalgo con ternura filial. Son mitades de la misma causa, tramos del mismo camino, punto de partida y remate.
Cierto es que Martí entró en el amor a México a través de Juárez. En 1862, Martí tenía nueve años; y catorce en 1867. El niño avispado y sensitivo, que escribía bellos versos a los seres queridos y vivía en el fuego político que desembocó en la Guerra Grande, crece y se forma en los días de la intervención napoleónica en México y en los del fusilamiento de Maximiliano. Empinándose un poco en La Habana alcanza a ver en Veracruz una lección y en Juárez un ejemplo. Juárez, Lincoln y Víctor Hugo son figuras simbólicas en Cuba insurrecta.
ESPAÑA ERA SU CÁRCEL
Son cuatro los años que Martí pasa en España; y aunque se entraña entonces su amor por el pueblo español, y queda unido Martí a la batalla por sus fueros regionales y a la pureza de sus maestros, pierde toda esperanza política en España al ver el desvío de los republicanos españoles en cuanto a la independencia de Cuba y todavía más de raíz, al presenciar el sacrificio de la Primera República Española a manos del espadón de Martínez Campo. España es para él, a resar de la hospitalidad de castellanos y aragoneses, su cárcel. Desde ella sueña con la tierra mexicana en donde un hombre, Juárez, es, a la vez, símbolo de la América independiente, de la libertad patria y del liberalismo político. Desde España Martí se pone en contacto con sus padres, que están en La Habana, para que emigren a México con las hijas solteras.
Y en México les da alcance poco después, a principios de 1875. Pronto queda incorporado a los grupos juaristas y lerdistas que están en el poder, y , siguiendo su mismo credo y su mismo destino, al lado de muchos de ellos deja México cuando el general Porfirio Díaz los derrota. Juárez y el juarismo se van también, para él la defensa de las instituciones contra el caudillismo cuartelero, por la que vive y muere Martí. Juárez es, pues -por contemporáneo suyo, por defensor de la independencia de América, por liberal y por indio- el símbolo mexicano más frecuente en Martí. Pero durante su estancia en México, Hidalgo también entra en su cielo de manera distinta, pero no menos entrañable.
EL “CURA” HIDALGO”
Nunca escribe sobre la independencia hispanoamericana sin recordarlo: “…el cura Hidalgo, que a Washington se parecía en la serenidad y terco empuje, con cierto mayor empuje, con cierto mayor entusiasmo”; “…allí estaba Hidalgo -dice en otra ocasión- a quien le colgaron de un garfio la cabeza ¡pero México es libre”; y cuando habla de Bachiller y Morales: “Nació cuando Hidalgo, de un vuelo de la sotana, y Bolívar, de un rayo de los ojos, y San Martín, de un puñetazo en Los Andes, sacudían del Bravo al Quinto, al Continente…”. Pero es en la Edad de Oro, la revista para niños que publicó en Nueva York en 1889, donde tiernamente les recuerda:
“México tenía hombres y mujeres valerosos… Eran unos cuantos jóvenes valientes, el esposo de una mujer liberal, y un cura de pueblo que quería mucho a los indios, un cura de sesenta años. Desde niño fue el cura Hidalgo de la raza buena, de los que quieren saber. Los que no quieren saber son de la raza mala. Hidalgo sabía francés, que entonces era cosa de mérito, porque lo sabían pocos. Leyó los libros de los filósofos del siglo XVIII, que explicaron el derecho del hombre a ser honrado, y a pensar y hablar sin hipocresía. Vió a los negros esclavos y se llenó de horror. Vió maltratar a los indios, que son tan mansos y generosos y se sentó entre ellos como un hermano viejo, a enseñarle las artes finas que el indio aprende bien: la música, que consuela; la cria del gusano de seda, que da la seda; la cría de la abeja, que da miel. Tenía fuego en sí, y le gustaba fabricar: creó hornos, para cocer ladrillos. Le veían lucir mucho, de cuando en cuando, los ojos verdes. Todos decían que hablaba muy bien, que sabía mucho nuevo, que daba muchas limosnas el señor cura del pueblo de Dolores. Decían que iba a la ciudad de Querétaro una que otra vez, a hablar con unos cuantos valientes y con el marido de una buena señora. Un traidor le dijo a un comandante español que los amigos de Querétaro trataban de hacer a México libre. El cura montó a caballo, con todo su pueblo, que lo quería como a su corazón: se le fueron juntando los sirvientes de las haciendas, que eran la caballería; los indios iban a pie, con palos y flechas o con hondas y lanzas. Se le unió un regimiento y tomó un convoy de pólvora que iba para los españoles. Entró triunfante en Celaya, con música y vivas. Al otro día junto al Ayuntamiento, lo hicieron general y empezó un pueblo a nacer. Él fabricó lanzas y granadas de mano. Él dijo discursos que dan calor y echan chispas… ¡Eso es ser grande!
A Hidalgo le quitaron uno a uno, como para ofenderlo, los vestidos de sacerdote. Lo sacaron detrás de una tapia, y le dispararon los tiros de muerte a la cabeza. Cayó vivo, revuelto en la sangre, y en el suelo lo acabaron de matar. Le cortaron la cabeza y la colgaron en una jaula. Enterraron los cadáveres descabezados. Pero México es libre…”
El mismo hecho de que en nuestra independencia tengamos una cadena de héroes que caen para que otros tomen su alma y se levanten con ella: Hidalgo, el iniciador; Morelos, el gigante continuador; Guerrero, el consumador. Y en Cuba ocurre lo mismo: antes de Martí están Céspedes y Agramonte en el tiempo; y en el mismo suyo estan el guerrero blanco, Máximo Gómez y el guerrero negro, Antonio Maceo. El número de grandezas paralelas impide rivalidades internas, locales, ni pugnas, ni segregaciones continentales.
CHIHUAHA Y DOS RÍOS
Viven juntos en gloria del Golfo y del Caribe, Hidalgo y Martí. Ofrezca Cuba a México estudios sobre el sacrificado en Chihuahua; ofrezcálos México a Cuba sobre el de Dos Ríos. Liguen los estudios su pensamiento, aten la obra común. Y, como un símbolo, haga Cuba una moneda de oro que en el anverso lleve la efigie de Martí y en el reverso la de Hidalgo, y haga México otra con Hidalgo al frente y Martí siguiéndolo de cerca. Y que las dos monedas circulen y suenen en defensa de la independencia y de los derechos de los dos pueblos, hoy y mañana, y como un presagio de la unidad de los hermanos de siempre.
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