Por Eladio Secades (1950)
Diciembre es el mes eterno para la economía del empleado. Es el mes de las tiendas llenas. Del arbolito de Navidad. Y de los aguinaldos. En diciembre se adornan de feria de pueblo las vidrieras de los comercios. Y la esposa sale temprano y regresa llena de paquetes. Diciendo que por Galiano no se puede dar un paso. No se explica como hay sueldo que resista la tradición pascual. Desde que nace nuestro Señor. Hasta que cogemos una maruga y nos ponemos el gorro de papel crepé para esperar el Año Nuevo. En medio de esa tristeza que tienen todas las alegrías en familia. Las alegrías en familia dan ganas de llorar. Diciembre es la época de recordar a los parientes que habíamos perdido de vista. Y de comprender que todavía quedan en el mundo fabricantes de membrillo. En el hogar que se precie de serlo, no hay más remedio que matar un lechón. Y vestir un arbolito de Navidad. El arbolito de Navidad es la versión casera de Jauja. Porque al lado de una estrella florece una bota de charol. El arbolito de Navidad es la flora domestica con la «cooperación de toda la familia”. Es el único árbol de sala. Arrinconado con aire de señorita que espera visita. Los árboles serios de verdad deben mirarlo con el desprecio que inspira un enano altanero envuelto en un mantón de Manila. El arbolito de Navidad entraña para los adultos una fórmula de regresión a la infancia. Nos engañamos cuando lo estamos armando —bola a bola- para halagar la ingenuidad de los niños. Porque, sin saberlo, estamos halagando nuestra propia ingenuidad. Si al hijo pequeño no dejamos que se acerque, porque con sus manos inocentes puede destruirlo, convengamos en que el arbolito de Navidad es una chiquillada de personas mayores. Volvemos a sentirnos en las piernas del abuelo que se desabotonaba el chaleco de fantasía y empezaba a contamos aquello de había una vez.
EL ARBOLITO DE NAVIDAD
Arbolitos de escenografía. Que no sirven para la sombra del caminante. Ni para el nido de los pájaros. Ni para la siesta del glotón. Y en cuyos muñones verdes frutecen esferas de colores rociadas con virutas de arco Iris. El Arco Iris es la bufanda del cielo. El arbolito de Navidad es símbolo de la bonita leyenda de Santa Claus. Santo que tiene su altar en los escaparates de las tiendas. Que viste como los Reyes de la baraja española. Y que tiene cara de viejo bebedor de whisky. Las bombillas eléctricas del arbolito de Navidad rinden un servicio de kilowatts en confettis. Siempre pensamos que el año que viene será mejor. Lo seguiremos vistiendo y desvistiendo cada diciembre. Hasta que se ponga viejo con sus nevadas de papel de envolver chocolate. Invierno de lentejuelas. Colorines de traje de torero. Y de aquellas postales cursis. Con el nombre de la mujer amada escrito en letras brillantes. Árbol de fertilidad invertida. Porque en vez de dar frutos a las tarimas de los mercados. Los recibe de los mostradores del Ten-Cent. Bajo su copa de litografía cabe cualquier pasaje histórico. Lo mismo un desierto portátil. Con tres Reyes Magos de yeso. Que un trineo convertible. Las ovejas. Los pastores colocados como coristas de zarzuela. Yo he visto en el clima santo de un nacimiento hecho por gente moderna, una virgen iluminada con luz fría. Y un charro de Jalisco. La luz fría antes de encender hace guiños de mujer coqueta. Alumbra al cabo. Pero lo piensa antes de alumbrar.
CADA DÍA ES DÍA DE ALGO
La vida criolla es una invitación perpetua a que el pobre empleado llegue a fin de mes con la conciencia tranquila y el bolsillo vacío. Cada día es día de algo. Ahora también de las suegras. Si no fuera por la pena que nos da, desaparecerían un poco tres instituciones semejantes: el aguinaldo, la limosna y la propina. Muchos dan una limosna para que los vean. Y todos damos propina para que la próxima vez nos sirvan mejor. Lo numeroso y lo eficiente del personal de un hotel no se comprende bien hasta la hora de sacar las maletas. De los corredores empiezan a salir aspirantes a la propina. Criadas con plumeros. Negros con escobas. La inevitable vieja con el manojo de llaves. El botones. Con tantas condecoraciones en el pecho, como cualquier militar que nunca haya ido a la guerra. Los que manejan los ascensores son seres tristes. Suben y bajan. Bajan y suben. Sin encontrar en su trabajo una razón para merecer la propina. El ascensor es la jaula en que, sin saber por qué, todos al entrar nos quedamos muy serios. No hay en el mundo seriedad que se parezca a la de la señora que encontramos en el ascensor. Dice el número del piso. Y ya se queda tiesa y como enojada. Ante ese aire de pudor nos encogemos un poco. Y se quitan el sombrero los que todavía usan sombrero. Los calvos odian el himno nacional. Y odian a la señora en el ascensor. Un calvo es un señor que concibe la amabilidad y el patriotismo con el sombrero puesto.
AGUINALDOS SIN RAZÓN
Lo que irrita a mucha gente del aguinaldo, es el número de personas que lo piden sin tener motivo. Porteros de puertas que no son la de nuestra casa. Acomodadores de cinematógrafos a los que nunca vamos. Botones de cabarets a los que no hubiéramos querido ir. Vendedores de periódicos que no leemos. Parqueadores de autos. Que nunca están cuando llegamos. Y que aparecen con una gamuza y con una sonrisa cuando vamos a salir. Asi nos llenan de tarjetas de felicitación. El empleado va largando, pellizco a pellizco, el aguinaldo que le dieron en el trabajo. Esta es la época del año de la papeleta para el festival benéfico. Y de las rifas.
Limosna numerada. Pero la cosa no acaba ahi. Vienen luego Ios aguinaldos a los amigos. Y los aguinaldos a la familia. Comprendamos la necesidad de darlo cuando encontramos en la mesita de noche el regalo de la señora. Envuelto en paquete de regalo. Que de todas formas es el aguinaldo que pagamos nosotros mismos. Y que encima nos obliga a comprar otro aguinaldo más. La señora nos trajo una corbata a lista. Es barata. Pero nos hace juego con el traje azul. Y nosotros ripostamos con una caja de jabones finos. Como el año pasado. Y los dos nos quedamos satisfechos de la prueba de cariño. También como el año pasado. Un hogar bien llevado es la repetición del año pasado. El honor es como el caballo del tiovivo. Que vuelve a pasar. Pertenecemos a una sociedad que ha hecho del amor un problema de tiendas.
LA CHIVICHANA
En Cuba existe el aguinaldo en forma indirecta. La chivichana del compañero de oficina que va a rifar un rancho de víveres. Hay que acertar el terminal del primer premio y la decena del tercero. Nada más. Hay que ver si está, vacio el número que nos gusta. Casi siempre ya lo tomó otro. Y decimos entonces que nos ponga el que le dé la gana. Que puede ser el 79. Para el criollo la aritmética llega hasta donde termina la charada. De cachimba para allá, las matemáticas han entrado en despoblado. Existen los aguinaldos eternizados. Como el que recibe la muchacha del cabaret por guardar el sombrero. La señorita del guardarropa y la vendedora de cigarrillos, son las únicas que pueden vivir del cabaret sin enseñar las piernas. No he olvidado a las señoras que alternan. Que si no las enseñan primero, las enseñan luego. Y las niñas del coro. Que quizá las enseñen a la hora del show. Para, no tener que enseñarlas después. Que es una manera de desnudarse para no tener que desnudarse. En estos días el aguinaldo es la tragedia potencial que nos persigue. Terminamos por claudicar a ella. Es el espectro que nos asedia en la oficina, en la calle, en los perfiles del pariente. La única tarjeta que no tiene pretensión de aguinaldo, es la que recibimos por correo. Hay que desconfiar de las que nos entregan a mano. Todas dicen lo mismo. Felices Pascuas y Próspero Año Nuevo. A través de los años a los amigos que nos felicitan no se les ha ocurrido otra cosa. Por espíritu de apatía apelamos a los lugares comunes. A las frases hechas. El periodismo siempre y la radio y la televisión ahora, son divulgadores de oraciones convertidas en clichés. El enfermo invariablemente se encuentra recogido en sus habitaciones. El médico es eminente. El abogado joven y talentoso. El periodista es el querido compañero de la prensa. Nace un niño y ya se sabe que es encanto del hogar de los esposos fulano. Los corresponsales hablan del suceso que ha producido consternación. Y para los cronistas de policía siempre el herido muere al ser colocado en la mesa de operaciones. Las mismas postales que recibimos ahora, circulaban cuando íbamos al colegio. Y eran los barrenderos de Obras Públicas y los carteros los únicos que tocaban a la puerta para pedirnos el aguinaldo. En aquellas cartulinas con una cuarteta ansiosa de felicidad para toda la familia.
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