La palabra confusión tiene raros orígenes. Uno de ellos, que clasificamos de leyenda, pretende relacionar el vocablo nada menos que con el sabio Confucio, filósofo chino del siglo V antes de Cristo. Se afirma que el nombre Confucio proviene de la frase Kóng Fùz, que significa Maestro Kong. La expresión según explican los amigos del mito se usaba para referirse, de forma sarcástica e irónica, para denotar la incomprensión de un concepto o término de tanta complicación y profundidad que escapa al entendimiento de la mayoría Lo que no explican estos expositores es el uso de la letra “c” en lugar de la “s”. No es lo mismo “confucionismo” que “confusionismo”.
Por nuestra parte nos atenemos a la etimología clásica que afirma que el vocablo confusión es la mezcla de dos raíces, “co”, prefijo que se usa en nuestro idioma para formar palabras que impliquen compañía, vecindad o asociación y fundere, que indica superioridad. De la combinación de estas raíces tenemos palabras como caos, desconcierto, confusión, difusión, transfusión, y muchas otras. Evidentemente nuestro idioma es interesante, rico en el vocabulario y poético en su construcción; pero vayamos al tema que nos ocupa hoy.
Hay variantes en la definición de la palabra confusión. El diccionario, cualquiera que escojamos, afirma que confusión es “mezcla de cosas diversas que se miran como desordenadas, perplejidad, turbación del ánimo, desconcierto, equivocación, etc. En el Diccionario Terminológico de Ciencias Médicas (Salvat Editores, S. A., Madrid), tenemos esta definición profesional: “falta de orden, enredo. Estado morboso caracterizado por torpeza intelectual e incoherencia de ideas, con imposibilidad de coordinarlas y de apreciar exactamente las sensaciones recibidas. Puede ser primitiva o secundaria debido a estados infecciosos o tóxicos, amnesia, o características congénitas relacionadas con déficit intelectual”. Hay casos que se asocian al uso de barbitúricos, drogas nocivas, bebidas alcohólicas o medicamentos, en su mayoría recetados, asociados a estados alérgicos. Hay momentos específicos y temporales como son la falta de sueño, pesadillas, golpes emotivos como los accidentes y la pérdida de seres amados. En fin, que todos, en un momento dado hemos experimentado un molesto estado de confusión.
A veces la confusión tiene sus orígenes en la ignorancia o en la duda con la que evadimos tomar conciencia plena de lo que se nos dice. Yo creo que cuando estamos estresados, preocupados, adoloridos o frustrados se nos afecta el proceso normal de captar con exactitud lo que vemos, oímos o leemos, de ahí los molestos vacíos mentales propios de la confusión. Una dama, de una edad no avanzada, me contaba en cierta ocasión su preocupación debido a que de pronto no se acordaba del sitio en el que estaba y se sentía muy temerosa, pues creía que estaba al borde de la locura. No sé dónde yo lo había leído, pero le dije que a veces, al mover de pronto el cuello, o dar una vuelta rápida nos aturdimos momentáneamente, algo que también suele suceder cuando en la mañana, al despertar, damos un salto de la cama al piso sin una tregua que nos controle el ímpetu. Pasados los días, esta señora, miembro fiel de mi congregación me daba las gracias porque el remedio que le sugerí le vino de maravilla. Queremos insistir en el hecho de que cada persona debe analizar qué, cuándo y cómo se confunde. Aseguramos que la repuesta aparecerá y vendrá llena de soluciones. Leí un pensamiento de Eric Weiner que viene al caso: “una mente confusa es la que está abierta a la posibilidad del cambio”.
Una pregunta que me hago y que me hacen es si la confusión tiene algún propósito. Ante todo, hay que reconocer que todo en la vida tiene un propósito, y tal realidad cubre todos los campos. Para que nos convenzamos basta con echar una mirada alrededor y a la altura. Lo dijo, en más clara palabras, Michael J. Aeib: “la confusión es la alfombra de bienvenida a la puerta de la creatividad”. A veces pienso en la paciencia de Tomás Alva Edison, Galileo, Newton, y …., en fín, centenares de pensadores, científicos e inventores que tuvieron que vencer cimas de confusión para llegar a triunfantes conclusiones.
La historia bíblica de La Torre de Babel viene al caso. Un grupo de hombres migran desde el Este y se establecen en la planicie en la tierra de Senmar. Todos hablan el mismo idioma y deciden construir una torre que los glorifique. Dios, desde las alturas, no está de acuerdo con la altanería de estos individuos que quieren desde la tierra alcanzar el cielo y al emprender el pretencioso proyecto que habían planeado, confunde las lenguas de todos. De pronto, los constructores de la torre no podían comunicarse porque estaban confundidos hablando cada uno en un idioma diferente. ¡Es decir, que producto de una confusión patrocinada por Dios surgieron los diferentes idiomas que usan hoy los seres humanos!. La palabra Babel en hebreo significa lateralmente “confusión”. ¿Queremos una prueba mejor que ésta para aceptar el hecho de que de la confusión surge la luz de nuestro entendimiento?
“Si no les puede convencer, confúndelos”, dijo Harry Truman.
Las más serias confusiones que sufre el ser humano tienen que ver con experiencias cotidianas. Uno de mis hermanos, que estaba hospitalizado, y a quien estaba visitando, me dijo que lo preocupaba mucho no saber el día de la semana, ni la fecha en que estábamos. Le conseguí un almanaque y recuperó su semblante, libre ya de dudas. Hay cosas diarias que nos confunden y que no tenemos otra alternativa que superar. Pudiera mencionar algunas, el tránsito, la búsqueda de una dirección, el estado de la economía, el idioma que no entendemos, los síntomas de nuestra enfermedad, y la lista se extendería largamente.
No podemos ignorar que la religión, la política y los procesos de aprendizaje, son factores que realmente nos confunden. El reto de buscar soluciones es probablemente uno de los más ignorados recursos. Confucio, ilustre personaje ya mencionado, dijo en cierta ocasión que “el que hace una pregunta es necio durante cinco minutos, el que no hace una pregunta es necio para siempre. “Todas las cosas están completamente en nosotros. No hay mayor delicia que descubrir esto cultivándose personalmente”, dijo un famoso pensador.
Las dudas religiosas son parte de nuestro inventario de preguntas. Yo soy -y permítaseme la referencia personal, -un sencillo pastor con setenta años de experiencia sobre mis hombros- y puedo afirmar que las grandes confusiones religiosas se asocian a las situaciones más dramáticas de nuestra vida. Temas como la muerte inesperada, el accidente catastrófico, la tormenta que destruye nuestro techo, la incurable enfermedad, la traición de nuestra pareja, el engaño de un amigo, son entre otras, experiencias inevitables que nos confunde manera torturante.
“¿Dónde estaba Dios cuando mataron a mi hijo adolescente en un accidente?”, me preguntó un padre totalmente confundido en el torbellino en el que se había hundido. Ciertamente a veces nos confunden las cosas que Dios hace o permite que nos hagan. Sé que el tiempo es la atenuación de nuestros conflictos, pero sé mucho mejor que la fe es el poder milagroso que desbarata nuestras confusiones. En uno de los Salmos he subrayado estas palabras: “yo le digo al Señor, Tú eres mi refugio, mi fortaleza, el Dios en quien confío”.
Ana Frank escribió algo que nos sirve de epílogo: “simplemente, no puedo construir mis esperanzas en una base de confusión, desprecio y muerte. Pienso que la paz y tranquilidad volverán de nuevo”. La respuesta es Dios.
Terminamos con tres simples sugerencias: (1) No permitas que la confusión te aparte de la seguridad de tus caminos; (2) Trata de aprender de tus momentos de confusión. Siempre es una victoria saltar de las tinieblas a la luz, y (3) Confía siempre en una fuerza mayor que la tuya. Y nada hay tan Poderoso como el amor y la dirección de Dios.
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