Noviembre viene de “novem”, porque era el noveno mes del año hasta la reforma del calendario romano del año 153 (a. de C). Como nos daremos cuenta los romanos no fueron demasiado exactos en el manejo de los números, lo que se demuestra con los nombres de los años finales del calendario: Septiembre (Septem), octubre (Octo), november, y diciembre (decem). Es evidente que el mes en que estamos es simplemente el resultado de un salto en el calendario. Debiéramos estar en el noveno mes del año y hemos terminado siendo el onceno.
“Noviembre es usualmente un mes tan desagradable, como si el año se hubiera percatado de repente que estaba envejeciendo y no podía hacer nada al respecto”, dijo Anne Shirley. Hubo otra pensadora, Sara Teasdale que hizo estos comentarios: ”¿Por qué noviembre nos lleva irremediablemente a pensar en la vejez?, y “el mundo está cansado, el año está viejo. Las hojas desteñidas están felices de morir”.
Yo prefiero, humildemente decirlo de la siguiente forma “noviembre es un mes románico. El cielo cambia de colores para decirnos que Dios es el autor de la belleza de la naturaleza, hace flotar los aires con diferentes aromas y es el dueño de los múltiples amaneceres que nos hacen suspirar al contemplar absortos el milagro de cada día que nace”.
Este año nos correspondió la aceptación del cambio de hora a partir del domingo día 6 de noviembre. Ese fin de semana Estados Unidos atrasó sus relojes una hora como lo hace desde que Benjamín Franklin tuvo la idea en 1748. Este cambio de horario ha tenido altas y bajas, en algunas ocasiones se dejó en el olvido y en otras se implementó con más rigor. En 1966 el cambio de hora se hizo oficial con la ley de horario uniforme, en la que los estados podían quedar exentos si así lo acordaban. Más tarde con la ley de la conservación de energía del horario de verano de emergencia firmada por Richard Nixon el cambio de horario se hizo permanente.
De acuerdo con el Departamento de Transporte organismo que vigilia el cambio de horario esta medida permite ahorrar energía, aumentar la productividad económica y reducir la inseguridad. La Ley de Política Energética de George W. Bush estableció que el cambio de hora en verano debería realizarse el segundo domingo de marzo y regresar a su horario habitual el primer domingo de noviembre.
El 13 de marzo del 2022, ese día deberás adelantar tu reloj una hora para dar al horario de verano. Miami y la mayor parte de Arizona no cambian la hora y todo el año o mantienen el mismo horario. Otros territorios como Guam, Puerto Rico, Islas Vírgenes, Samoa Americana e Islas Marianas del Norte tampoco lo hacen. Es evidente que el día del cambio de la hora es variable. Este año nos corresponde, y es una distinción.
Estos días de finales de año han tenido interesantes características: hay muchas personas alegres, pero al tiempo hay incontables personas que se encarcelan en sus tristezas y se hunden en un pedregal de angustias.
Estar alegres al comenzar un año, sin embargo, no es traicionar cariños de ayer ni profanar compromisos que la muerte extinguió. Recordar es una noble manera de rescatar dichas fecundas del pasado, y esto podemos hacerlo sin empañar la mirada y sin vestir de luto el corazón.
Un año que se estrena es un encuentro renovador con la alegría. Recordar la hora feliz de la familia abrazada en lazos de amor es un don que nos concede Dios para que celebremos con espíritu vivaz, animado y consolador nuestras horas mejores de ayer.
Agradezcamos las incontables de sus misericordias para con nosotros y la favorable manifestación de su Providencia durante los difíciles tiempos de guerra y en conclusión anhelada de nuestras luchas. Démosle gracias por el alto grado de tranquilidad, unión y abundancia del que hemos disfrutado; por la forma pacifica y justa en que hemos logrado establecer la Constitución de nuestro Gobierno con el propósito de garantizar la seguridad, la felicidad y la nacionalidad de todo nuestro pueblo. Cien años después, cuando el pueblo americano emergía de los conflictos de una devastadora guerra civil, otro gran presidente, Abraham Lincoln, proclama la celebración del Día de Dar Gracias. Sus palabras todavía brillan de actualidad:
“Este año que se acerca a su conclusión ha sido de abundantes cosechas en nuestros campos y de cielos límpidos y hermosos. A todas estas bondades que constantemente disfrutamos y que a menudo somos inclinados a olvidar, se añaden muchas otras. Son tantas las mercedes de Dios y tan evidente la vigilante providencia de nuestro Hacedor, que debemos caer de rodillas ante El para expresarle gratitud y alabanza. En medio de una situación de incalculable magnitud y severidad que pudiera haber despertado en otras naciones su interés en agredirnos, la paz finalmente ha sido establecida con todos los pueblos”.
Yo, por lo tanto, invito a mis conciudadanos en todo el territorio de los Estados Unidos, así como a aquellos que se hallan del mes de noviembre para celebrar un Día de Dar Gracias y alabar a nuestro misericordioso Padre que reina en los cielos.
Nuestra alegría, sin embargo, tiene que reunir sus virtudes. Estar alegres no es enloquecernos con el vino, aturdirnos con los ruidos de melodías manchadas o arriesgar nuestra salud con comelatas excesivas. No es el desvío de la conducta ni el permiso para la exorbitancia. La alegría es un estado de ánimo propicio para el disfrute de la paz, la expansión de los sentimientos mejores y la exaltación de un gozo que clausura la inoportuna presencia de la tristeza.
Uno de los grandes poetas de América, Amado Nervo, escribió un bello trabajo titulado Alégrate. Leámoslo parcialmente, van a agradecer mi invitación.
ALÉGRATE (Amado Nervo)
“Si eres pequeño, alégrate, porque tu pequeñez sirve de contraste a otros en el universo. Porque esa pequeñez constituye la razón esencial de tu grandeza, porque para ser ellos grandes han necesitado que tu seas pequeño, como la montaña para culminar necesita alzarse entre colinas, lomas y cerros.
Si eres grande, alégrate”.
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