Los gatos negros no siempre fueron considerados como portadores de mala suerte. De hecho, en el Antiguo Egipto los gatos (incluidos los de color negro) fueron uno de los animales favoritos, tenidos en gran estima, y matar uno de ellos era considerado un crimen capital. Fue a partir de la Edad Media, en Europa cuando el status del gato negro cambió, pues comenzó a ser asociado con las brujas y la hechicería. La histeria colectiva contra las brujas y la práctica de magia negra se esparcía por Europa. De hecho, muchas ancianas solitarias que cuidaban y alimentaban gatos callejeros, a menudo fueron acusadas de brujería.
El resquemor hacia los gatos negros tomó estado folclórico cuando un padre e hijo en 1560, en Lincolnshire, caminaban durante una noche sin luna, y un gato negro se cruzó en su camino para luego esconderse en un rincón de un muro. Ellos arrojaron piedras al felino hasta que la criatura, indefensa y herida, corrió a refugiarse en la casa de una mujer, quien en ese momento era sospechada de ser una bruja.
Al día siguiente, padre e hijo encontraron a la mujer y advirtieron que ésta cojeaba y presentaba magullones, y dedujeron que se trataba de algo más que una coincidencia. Desde ese día en Lincolnshire, se creyó firmemente que las brujas tomaban la forma de gatos negros por la noche.
La creencia de que las brujas se transformaban en gatos negros para rondar las calles sin ser observadas se convirtió en una creencia masiva en Estados Unidos durante la caza de brujas de Salem. Incluso hoy en día la asociación entre gatos negros y brujas se mantiene vigente durante las celebraciones de Halloween, a pesar del origen de la celebración religiosa.
Por todo esto, un animal antes venerado, se convirtió en un símbolo de malos presagios en algunos lugares del mundo.
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