Vinieron de la Arabia Saudita, digo eran naturales de esa nación, al menos diecisiete de ellos.
Que unos dos o tres más eran de otro origen. Me parece que el número exacto de estos (iba a llamarles asesinos. Pero no, eso es poco). Su origen, no es lo más importante., si no su formación ideológica, las ideas, los odios que tenían en su maniatado cerebro). (¿Alguien habrá estudiado esto?)
Lo siguiente es lo inaudito, lo difícil de explicar: Vinieron a nuestro país como amigos. Bien recibidos. Sonrisas.
¿Abrazos? No. Los abrazos los damos los hispanos.
¡Qué lo pasen bien!. Vienen a tomar un curso en el manejo de esos grandes aviones de pasajeros. Pero no exactamente eso querían aprender. Solo manejarlos ya en el aire. No más, no necesitaban aprender más de estos aviones. Todos iban a morir en el aire. Ellos que eran suicidas, y los miles de pasajeros de los aviones.
Bueno, lo que más me intriga es que nadie se extrañara de la presencia de estos jóvenes en suelo americano. Estoy asombrado de esto. Muy asombrado de esto. Han tenido contacto con mucha gente durante las semanas (no sé cuantas) de su entrenamiento.
De estos hombres jóvenes, me imagino, que alguno de ellos le podría haber llamado la atención a alguna mujer (eso siempre ocurre) en los lugares donde comían. En el hotel donde vivieron. En fin. ¿A ninguna mujer le llamó la atención la cara, la conducta de alguno de ellos?.
No menciono aquí el numeroso elemento humano que se emplea en vigilar, estudiar, cuidar la seguridad de la pacífica gente del país. Nadie notó nada.
Los profesores e instructores de vuelo, donde se entrenaron estos Angeles del Demonio, tampoco advirtieron nada.
Ni advirtieron que los jóvenes de Bin Laden no estaban interesados en el aterrizaje de los aviones.
No estaban interesados más que a lo que vinieron. Vinieron a matar, a destruir. Y nadie advirtió sus intenciones.
Bueno, resulta lógico suponer que además de recordar cada año la fecha del 9/11, las autoridades del país y también el pueblo americano en general debieran abrir los ojos.
Bueno, yo no me puedo quejar. Ustedes ya lo saben o lo suponen. Mi seguridad la espero de lo Alto. De más arriba de lo que fue la altura de Las Torres Gemelas.
Dr. José Tiberio Castellanos
Fort Worth, Tx.
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