El Celoso
Por Luis Cané (Argentino)
(De la selección especial del fallecido maestro de la poesía Luis Mario)
Estaba en paz con la vida;
lo estaba conmigo mismo,
puesta mi ternura en ti,
lleno yo de tu cariño.
De pronto fue como un rayo
lo imprevisto:
Te vi en mi imaginación
como nunca te había visto:
te vi andar con otro hombre
los más tortuosos caminos.
Salí a la calle, sin rumbo,
a encontrarte decidido.
Las calles de Buenos Aires
resonaban como ríos,
y las mujeres llevaban,
como un oscuro designio,
la fecha para una cita
en su recato fingido.
Mi corazón complicaba
el ritmo de sus latidos,
y cada palpitación
era un golpe de martillo
que se estrellaba en mis sienes
con una explosión de vidrios.
Marchaba como un autómata,
con el cerebro vacío.
Los hombres de cada esquina
te esperaban intranquilos;
las horas de sus relojes
me señalaban tu olvido.
Las mujeres que pasaban
en los autos fugitivos,
me dejaban en los ojos
colores de tus vestidos.
Ibas en todos los autos
huyendo de mi destino,
con la imagen de otro hombre
hundida en tus ojos limpios
Le ciudad era tu cómplice.
Sus calles eran caminos
que te alejaban de mí
hacia mil rumbos distintos,
y tu voz, por mil teléfonos,
juraba amor infinito
con una sonrisa falsa
que yo nunca te había visto.
¿En qué portal penetrabas
con qué paso decidido?
Qué perfume te envolvía
como si fuera un abrigo?
¿Qué ascensores te llevaban
en qué casas de cien pisos,
hacia qué apretado abrazo
que no era de brazos míos?
¿Qué besos lentos y sucios
te andaban entre los rizos?
¿Qué manos estremecidas
en qué rincón escondido
de la ciudad y el crepúsculo
ganarían tus sentidos?
¿Qué día; por vez primera,
y en qué lugar le habrás visto?
¿De qué astucia te valdrías
si, estando una vez conmigo,
él te miró desde lejos
y tú hubieras sonreído?
Mi certeza se agrandaba
como bruma sobre el río.
Tomé el rumbo de tu casa
con un pensamiento fijo.
Caminaba vacilante
cual si fuese mal herido.
En cada portal metía
los ojos despavoridos.
No creí que tanta angustia
cupiese en el pecho mío.
Llegué sin respiración.
Abrí la puerta sin ruido.
Nada me sorprendería:
todo lo había previsto.
Tú estabas junto a tu lámpara,
con un bordado sencillo.
Al verme, alzaste los ojos:
¡nunca te los vi más límpidos!
Y me dijiste dichosa:
“¡Qué suerte que hayas venido! Vieras qué largo es el tiempo
cuando tú no estás conmigo…”
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