Prólogo
Las entrañas de la duda se gesta en un período desolador para la humanidad: la pandemia que todos hemos vivido, la privación de libertad, la imposibilidad de abrazar a nuestros seres queridos, el miedo de no saber qué está sucediendo fuera de nuestras paredes y el bombardeo de noticias de personas que se iban de este mundo sin el calor de sus familias. La vida se encerró dentro de nosotros y nos hizo buscar un asidero para sobrevivir.
Roberto Cazorla plasma en este libro sensaciones, emociones, rabia, soledad y todo lo vivido durante el estado de alarma mundial. Su sensibilidad ante estas circunstancias ha brotado con un torrente de imágenes, muchas veces oníricas, que arrastran gran parte del dolor y la vulnerabilidad del ser humano.
Estas originales metáforas de profunda carga emocional llevan el distintivo de su autor y nos conducen a un rincón de nuestra alma. Es imposible que algo no se nos mueva dentro. A cada uno le llevará a un lugar distinto del paisaje interno de Roberto Cazorla, aunque nunca alcancemos todo ese dolor que emana de algo tan intenso.
“Amanece, no hay pájaros, sino la viudez de un paisaje regresando de un cementerio”.
“Nunca pensamos que a los abrazos pudieran encarcelarlos, que los compararían con un violador de afección, que los escondieran en un sótano de luz oxidada”.
“Como si tuviera el paladar de zinc, y el olfato fuera la historia que jamás podré contar, grito y gritaré que me niego a profesar de catador de malignidades, a ser un adorno con un puñal en el vientre de la indocilidad”.
La segunda parte del libro está plagada de recuerdos. Un canto que nos acerca al propietario de la soledad, a la fortaleza de las raíces que le sujetan.
La nostalgia como bandera de su Cuba natal, impregnada del increíble azul del Atlántico y del Caribe, sutilmente nos aproxima a sus vivencias.
“Hoy me duele el epicentro de los recuerdos, me tiembla la imagen de los cinco años, porque siguen humedeciéndome las lágrimas”.
“¿Cuántos saben del dolor que produce tener el corazón desnudo de bandera?”.
“Ser apátrida es que te racionen la vida, sentirse uno más en el crematorio de los que nos transformaron en cenizas”.
“A mí me abre la mañana el sonido de las olas de la bahía de Matanzas”.
“¿Cómo un corazón puede sostener tantas toneladas de añoranza?”.
Los que están fuera de su patria pueden entender la sensación de orfandad, el vacío que produce la nostalgia.
Con Las entrañas de la duda nos acercamos al alma del autor en estado puro, a la imposibilidad de poder hacer algo ante la dura realidad de lo que estamos viviendo y a la ilusión de que, de algún modo, esta catarsis de poemas, pueda aliviar el peso de su añoranza.
Soledad Velázquez, poetisa.
Roberto Cazorla, nació en Ceiba Mocha (Matanzas, Cuba). Cursó estudios en la escuela pública. A los 12 años se trasladó a Matanzas (capital), con su madre y hermana. Estudió Secretariado y 3 años de Historia del Arte en el Instituto Mercurio. Escribió su primer sonetillo a los 11 años. A los 15 fundó con Humberto Reyes el Grupo Teatral Atenas. Pioneros en la radionovela por Radio Matanzas y Radio Menocal. Al unísono viajaba a La Habana para estudiar en el Conservatorio de Arte Dramático; posteriormente en la Academia Irma de la Vega. Casi adolescente, se trasladó a la capital cubana iniciándose como actor profesional en emisoras radiales, televisión y teatro. En 1963, se exilió en España, donde trabajó como periodista 41 años en la Agencia de Prensa Efe. Hace 40 años es corresponsal y colaborador del semanario Libre, Miami, dirigido por el educador Demetrio Pérez Jr. Como actor en España, trabajó en doblaje de películas y series de TV. Hizo una gira durante 9 meses representando la obra “Fray Escoba”, con el actor cubano René Muñoz.
En Cuba colaboró en varias revistas literarias: Aéreo-Voz, Antena”y Poesía, ésta fundada y dirigida por José Ángel Buesa. Su primer poema se lo publicó la poetisa Adela Jaume en el Diario de la Marina. Ha publicado 34 libros, cuentos, poemas, prosa y la autobiografía de los primeros 12 años de su vida. Ha ofrecido recitales y charlas en centros culturales y universidades de España, Latinoamérica, Estados Unidos y Alemania. Está en posesión de decenas de trofeos y diplomas. En 2016 la NAHP (Nacional Association of Hispanic Publications, Inc.) estadounidense, le concedió el “José Martí Awards”, por su artículo “Andy García, el “espíritu” de José Martí en Hollywood”, publicado en el semanario Libre, Miami.
Hoy me duele
Hoy me duele el epicentro de los recuerdos, me tiembla la
imagen de los cinco años; porque siguen humedeciéndome
las lágrimas maternas que apesadumbraban el marco de la
ventana. Mi madre era una luz intermitente provocándole
envidia a las luciérnagas. Hoy he llorado con la misma
pena que cuando me cortaron el pelo la primera vez,
cuando el sonido de la tijera me producía escalofrío y
el barbero era un fantasma devorando mi inocencia.
Hoy siento en el paladar la temperatura de la primera
leche, la sensación de cómo la que me trajo al mundo me
acomodaba entre sus pechos; ella, que hoy es un sollozo
en el recuerdo firmando el mapa de la vida que me habían
delineado. Hoy es el cumpleaños de la primera vez que la
lluvia violó la orfandad de mis poros, cuando dejé de creer
que a Dios se le había olvidado cerrar los manantiales;
también cuando mi padre me inoculó el sentido de la
palabra odio: mi padre era hijastro de Lucifer. Hoy he
fragmentado los años que he vivido, lanzándoselos a los
pecados que todos atesoramos, pero que nadie reconoce
como biológicos. Hoy me duele el espinazo del tiempo,
el sufrimiento de la primavera cuando la acosa el verano,
con el sol cruel como un ejército de eslabones decapitando
utopías. Hoy me duele haber guillotinado al calendario
violador de nuestra camaradería, y cómplice de la
longevidad. Hoy estiro los brazos, y solo viene hacia mí
el zumbido del huracán que me sustituyó el corazón por
un erizo, cedido por el mar, como la herida de un poema
que jamás cicatrizará. Hoy me duele lo que nunca me
ha dolido, y es terrible saber cuántas espinas torturan
al cactus. Quiero restarle importancia al dolor, pero el
espíritu de una advertencia víctima del tendido eléctrico
de mi pueblo, me picotea la frente inyectándome la ilusión
que a ella le arrebataron en plena juventud. Hoy me duele
la imposibilidad de sonreír con el candor que lo hacía
en la placenta, en la que oía la voz del dios que se gastó
todo el rojo en el bautizo de las amapolas. Me daña la
injusticia del espejo, la arrogancia de la luz cuando no la
necesitamos, y que la mentira se crea una doncella. Me
duele todo, hasta lo que me falta por vivir; la brevedad
del roce de los párpados, y la fragilidad que hostiga a la
mariposa que también tuvo que emigrar.
Cuba
A mí me abre la mañana el sonido de las olas de la bahía
de Matanzas, me succiona la memoria el Paseo de Martí,
se me llenan las pupilas de advertencias maternas y el
escudo de Cuba se me está borrando de la melancolía.
Soy un suspiro lanzando un S.O.S. y el himno de mi isla
se flagela con el paisaje de una comparsa de “palmas
reales”, con el desencanto que proyecta el faro del
Morro de La Habana. Es tanta la tristeza, que el salitre
del mar también decidió exiliarse; desde entonces los
pájaros no han dejado de llorar. La caña no produce
melaza sino la antipatía del “tamarindo” y el lamento
de los tejados muriéndose de sed; las campanas siempre
están ansiosas de repicarle a un muerto. A mí me abre la
mañana posándoseme en la frente el aleteo de un pájaro
“tomeguín”, el zumbido de los laureles en los que se
balanceaba el congénito deseo de llorar, sin otra compañía
que la voz de mi madre alisándome el cabello, dejándome
caer encima una colección de lágrimas diciéndome que
el salitre siempre me tuvo envidia. Tengo el privilegio de
conservar en las sienes las cuatro esquinas del parque de
La Libertad y de tomarle el peso al puente del Río San
Juan. Me perfumo con el aroma de la tierra violada por
la lluvia, y los rayos desde aquí los contemplo como la
rebeldía de un fósforo. Pregunto: ¿Cómo un corazón puede
sostener tantas toneladas de añoranza? En mi pueblo la
luna usaba tirantes y salía a bailar todos los domingos.
Sufríamos un tornado de miseria, pero teníamos un cielo
azul tatuado en la esperanza.
Mi casa
Mi casa necesita que le cante un gallo, la arrogancia
de un platanal, la aristocracia de una “Ceiba”, y el
fondo musical de un pájaro “tocoloro”. Donde vivo,
está a punto de convertirse en un hospedaje para los de
identidad quemada, y la frente al revés. Mi casa se ha
trasformado en un hospital para enfermos de ausencia y
palabras descuartizadas, es la osamenta que conserva un
hálito de rebelión, pero sin el plumaje para volar hacia
lo que presumía; hoy es una blasfemia vestida de novia.
Se ha transformado en una institutriz que había muerto
lanzándose al sonido terrorífico del exilio. No la conozco,
ni al arquitecto que me dejó en la puerta su dirección de
humo y una flecha pintada con un color cadavérico. Mi
casa, había sido construida con frases inventadas por
altares y pórticos en miniatura; me la han transformado
en una incubadora de alucinaciones y punzadas con malos
instintos; en una rosa en cuarentena que dio en adopción a
sus pétalos. Vivo en un círculo fantasmal de cal y silencio,
con siete cuchillos intentando suicidarse; en un polvorín
de clamores que no traspasan las ventanas ni para pedir
auxilio. Quiero que mi casa sea la de antes, que se reía
como el mapa de Cuba; pero se ha trasformado en un
laberinto por los que se pierde la esperanza de volver a ser
la que fue. Le puse alas para volar hacia la parcela que, en
el cielo, nos pertenece
Partículas que pudieron haber sido poemas
Hay una maldición
que no se cansará
de lanzarnos dentelladas,
porque tiene la orden
de convertirnos en
prótesis de un futuro
incierto.
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¿Saben que el aroma
de la albahaca también
tiene miedo de lo que está por venir?
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La inercia nos está
sustituyendo los poros
con espinas.
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Imperdonable que sea
nuestra piel la que jubile
a la juventud.
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He visto un beso huyendo
del contagio de los hombres.
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Dejo la ventana abierta
para
que entre un
retazo de juventud.
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¿Saben lo que se siente
cuando te quedas con
los brazos abiertos y
lo que viene hacia ti
es un retazo de nube
para consolarte?
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¿Qué culpa tienen los
girasoles, de que Dios
no le pase factura
a los que impiden que
una paloma sea guardaespaldas
de los indefensos?
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Entiendo
que el sol se declare en huelga,
que los niños insistan
en
regresar a la placenta,
pero no que los hombres
hayan pactado con Lucifer
sin
habérnoslo consultado.
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La soledad se pasea
desnuda por mi casa provocando
la guerra entre las paredes
y la posibilidad de enloquecer.
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No nos importa perder
el sentido, el paladar,
la noción del tiempo, pero
que no
nos borren del calendario.
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