Cuando la Corte Suprema de Justicia intentó con cierta timidez manifestar sus desacuerdos con algunas abusivas medidas, de nuevo acudió el “Farsante en Jefe” a los canales de televisión acusándoles de “viejos decrépitos que sirvieron a la dictadura y ahora quieren oponerse a la revolución”. Al día siguiente ya estaban las turbas casuistas manifestando contra los “viejos decrépitos” de la Corte Suprema, no solamente frente a su sede, sino en las viviendas particulares de los jueces.
¡El terror institucionalizado aceleraba su curso! Así, a finales de 1960 comenzaron los lemas insultantes a medida que los personeros del régimen acentuaban su cultería mordaz acusando, a todos los que discrepaban de ellos, de contrarrevolucionarios, apátridas, gusanos al servicio de los explotadores, etc. “Pin pon fuera, abajo la gusanera”, “Si Fidel es comunista, que me pongan en la lista”, “Paredón para los gusanos”, y numerosos improperios más que seguían fielmente los lineamientos del incipiente estado comunista al estilo de China y Corea del Norte. Por aquellos tiempos aparecieron otras insidiosas acciones en los teatros y los medios impresos.
Cuando la prensa cubana, que tantas loas había dado a la revolución en sus primeros meses, comenzó a publicar ligeros editoriales de crítica, se iniciaron las execrables “Coletillas”. ¿Y qué eran esas coletillas? Una nueva herramienta del comunismo casuista. Al final de cualquier artículo de los directores o editorialistas de un medio impreso, aparecía en letra gruesa una coletilla: “Los trabajadores de este centro que laboran en su redacción, discrepan de las opiniones aquí expresadas…” y proseguían con comentarios a veces degradantes contra los autores de dichos artículos y hasta el director del medio impreso. Cuando algunos jefes de redacción o directores de periódicos intentaron enfrentar las “coletillas” o suprimirlas, recibieron amenazas del gobierno en muchos casos, y en otros sus medios fueron “intervenidos” por la “Robolución”. Muchos de los empleados comunistas que simpatizaban con la surgente dictadura y se suscribieron como autores o proponentes de las “coletillas” de cualquier periódico fueron luego nombrados como “interventores” del mismo medio en cuestión, recién robado por el gobierno. (El “Interventor” de cualquier empresa, era de hecho el nuevo gerente impuesto por la dictadura).
En los cines y los teatros del país, comenzó la otra deplorable modalidad: En medio de la película, o de la obra, se suspendía la función temporalmente y, sin previo aviso, se iluminaba la sala de pronto y aparecían por los pasillos las turbas castristas con letreros insultantes contra “la gusanera”. Ocupaban el escenario y había que soportar veinte minutos o media hora de cánticos y consignas revolucionarias, muchas veces con miradas o señalamientos de odio hacia el público presente. Aunque ocurría en todos los cines y teatros, esas manifestaciones repentinas —pero muy bien orquestadas— se producían con más frecuencia en los cines de lujo del país y los teatros importantes, sitios donde, presuntamente, las clases media, media alta y alta de Cuba eran quienes les frecuentaban.
Felipe Lorenzo
Hialeah, Fl.
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