Nada puede contenerte, madre mía;
ni la devoradora alimaña,
ni el ánfora dorada de un orfebre,
ni el viento alocado que te lleva.
Solo el infinito en tu trono.
¡Oh mami! ¿Dónde te puedo ver?
En cada flor que aroma mis silencios;
en los luceros que en diamante
te remedan.
Mami; ¡te di tan poco!
y tus ojos se secaron sin mirarme;
los míos, húmedos.
te buscan en los celajes anhelantes…
Llora conmigo la tarde que se apaga;
me reluzco yo, recordarte tu cariño.
¡Qué pena la mía!,
pues, ¿cómo saber si tú navegas
en espacios siderales en el Espíritu?
La fe, viene a socorrer mis dudas…
pero no, es demasiado el dolor
para una respuesta.
En una piedra el mar se ha convertido,
afiladas puntas, olor de dolor.
No me imagino a Job muy convencido.
No me llega el consuelo…
huecas palabras
limosnas inútiles
promesas teológicas o
duplicado lo perdido.
Solo tú. Mami, era lo principal,
Y nadie podrá relevarte;
¡eres mi tesoro perdido
y amado para siempre!
Veneranda Vaujin
Miami, Fl.
0 comentarios